A veces, las historias nos conectan con realidades simples que, al reflexionarlas, pueden contagiarnos de nueva energía. Quiero compartirte algo que viví hace unas semanas.

Durante las vacaciones, fuimos invitados a pasar unos días en un sitio muy agradable, compuesto por varios edificios con una única portería. Cada vez que ingresábamos, debíamos registrarnos con la persona de seguridad, quien confirmaba la entrada solicitando el ascensor.

Después de 15 días allí, la señora de la portería me dijo con una sonrisa:

—Si todos los residentes fueran como usted, trabajar sería un placer.

Sorprendida, le pregunté:

—¿Y qué hago yo de diferente?

Me respondió con un tono acogedor:

—Usted me saluda mirándome a los ojos, sonríe, me pregunta cómo estoy, se despide y me desea un buen día. Me mira con respeto.

Aún más sorprendida, le dije:

—¿Y eso no lo hace todo el mundo?

Suspiró y respondió:

—¡Ay, señora! Son más comunes las miradas de desprecio y los tonos displicentes…

Su comentario me dejó impactada.

Semanas después, entré a un D1 con la señora que trabaja en mi casa. Vamos juntas a hacer parte del mercado. Al llegar a la caja, la cajera me dijo:

—Señora, qué bueno ver a alguien que trata bien a la persona que la acompaña.

Con una sonrisa desprevenida, le pregunté:

—¿Y usted por qué lo dice? Solo llevo aquí unos minutos.

—Se nota en la forma en que le habla —respondió, y luego, con un tono triste, agregó—: Señora, usted no se imagina lo que vemos desde aquí. Señoras que les gritan a las personas del servicio, las llaman brutas delante de todo el mundo, las humillan… A veces quisiera decirles: “A usted no la atiendo”, pero sé que me echarían.

Estas dos situaciones me hicieron reflexionar: ¿Por qué el buen trato es la excepción y no la regla?

Muchas veces nos relacionamos desde la jerarquía, la posición económica, el ego, la creencia de que somos “buenos y perfectos”, y desde ahí, pisamos al otro con pequeños detalles en la vida cotidiana.

Preguntémonos:

  • ¿Desde qué ser nacen los comportamientos de desprecio y humillación?
  • ¿Qué impacto emocional generan en el otro?
  • ¿Qué tipo de sociedad construyen estos actos?
  • ¿Qué respuesta o reacción podemos esperar?

DOS PRINCIPIOS DE TRANSFORMACIÓN

  1. De ti sale lo que tienes por dentro.
  2. Tus actos hablan de ti y de tu calidad humana, no del otro.

La consecuencia más importante de tus acciones sucede primero en ti, porque te construyes con lo que haces. Cada vez que actúas, refuerzas esa manera de ser en ti. Con la emoción de cada acto, tejes la felicidad de tu vida cotidiana.

Tu manera de ser es la semilla más importante para aportarle valor a esta sociedad y para construir tu propia felicidad.

UN COMPROMISO POR UNA SOCIEDAD MÁS HUMANA

Hoy te invito a trabajar juntos por:

  • Una sociedad más sana.
  • Familias más felices.
  • Hijos humanamente más valiosos.

Para lograrlo, tratemos bien a los demás, no solo a quienes elegimos, sino a quienes la vida pone en nuestro camino. Son nuestros maestros y la prueba de nuestra coherencia interna. Solo puedes exigir lo que das.

Si te consideras una persona valiosa, educada o digna, demuéstralo con tus actos y reacciones.

Comprometámonos a tratar mejor a los demás cada día, sin excusas ni justificaciones. Enfoquémonos en los pequeños detalles: saludar, dar las gracias, pedir las cosas con respeto, corregir sin humillar… Miremos al otro como persona, de ser a ser, independientemente de su rol, apariencia o errores.

Si alguien se equivoca, para ser mejor persona no necesita tu castigo, necesita tu ejemplo y tu influencia positiva. Eso sí lo podemos aportar todos los días.

Reflexiona: ¿Es mejor que las personas salgan de tus manos siendo un poco peores o un poco mejores?

EL VERDADERO VALOR ESTÁ EN EL SER

Si solo tratamos bien a los demás cuando ocupamos un cargo o tenemos cierta posición social, eso nos hace humanamente débiles. Porque el día que perdamos ese cargo o enfrentemos una adversidad, ¿desde dónde nos relacionaremos con los demás?

Pongamos un ejemplo:

Si un padre, por su rol, siente que puede gritarle a su hijo, el hijo aprenderá que cuando sea padre, podrá gritar.

¿Y qué aprende como hijo? A defenderse, a fingir poder para también gritar.

La verdadera transformación comienza cuando nos preguntamos:

  • ¿Qué me impide tratar al otro como mi igual?
  • ¿Qué pensamientos me envenenan ante la presencia del otro?
  • ¿Qué emociones permito que se activen en mí, al punto de que el otro saque lo peor de mí?

La calidad de tu manera de ser está en tus manos, y con ella, los resultados emocionales de tu vida.

Recuerda siempre preguntarte:

“¿Cómo queda el otro después de pasar por mis manos?”

¡Hasta pronto!

MARTAOLGA

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