Algunos enfoques sobre la felicidad, en lugar de acercarnos a ella, nos alejan. La proyectan hacia afuera, como algo que depende de lo que logremos o tengamos. Y al ponerla tan lejos, terminan generando más frustración que bienestar. Hoy quiero ofrecerte otro punto de vista, para que elijas desde dónde dirigir tu vida… y cómo lograrlo.

Empecemos con una pregunta clave: 

¿La felicidad es un punto de llegada o un punto de partida?

Cuando creemos que es un punto de llegada, la situamos siempre en el futuro. La ponemos en los resultados que queremos alcanzar «algún día». Este enfoque genera comparación, exigencia y ansiedad. Lo represento  como un abanico de logros pendientes: viajar, bajar de peso, comprar un carro, conseguir pareja, ser más paciente… O como una carrera de obstáculos interminable: cuando logras superar alguno, comienzas a pesar en el que sigue.  Y, mientras tanto, ¿qué pasa contigo?

Entonces, se abre otra perspectiva: ¿Y si la felicidad no es sólo el resultado, sino también el proceso?

Siguiendo con los ejemplos anteriores, este enfoque significaría ser capaz de disfrutar también de conseguir el dinero para el viaje, de hacer las vueltas de la visa, de ir al gimnasio, de iniciar nuevas relaciones, de buscar ayuda para transformarme. Cada logro va de la mano de un proceso específico. Si no disfruto el proceso, me será difícil lograr una felicidad permanente. Porque las emociones negativas del día a día —que nacen de frenos inconscientes— se convertirán en obstáculos que me sabotean sin darme cuenta.

Y vuelve la pregunta: ¿Qué pasa con mi felicidad mientras aprendo a disfrutar el proceso?

Aquí surge una nueva capa de reflexión. El famoso estudio de Harvard concluye que las personas más felices son las que construyen buenas relaciones. Eso es hermoso… pero ¿cómo se traduce en el día a día? ¿No es también un logro de futuro? ¿Cómo hago para construir relaciones si me siento sola, triste o ansiosa? ¿Cuánto me demoro en lograrlo? ¿Y mientras tanto?

Este enfoque también pone la felicidad en el exterior. Y aunque implica acciones personales, alcanzarla depende de los otros: que quieran relacionarse, que me acepten, que estén disponibles. Sigue siendo una felicidad condicionada al exterior.

Y entonces llegamos al corazón del asunto:

¿Con qué «Ser» se logra la felicidad?

Si la felicidad es un punto de partida, depende de la manera cómo interpretas lo que pasa afuera de ti y la manera de ser con la que eliges responder.

Puedes elegir interpretar para padecer o gestionar. Puedes elegir culpar o asumir responsabilidad, enfocarte en lo que falta o agradecer lo que hay. Cada elección tiene consecuencias. Y ese sentir que dejan tus elecciones, te revela desde qué versión de ti estás viviendo.

Ese es tu mayor poder.  Si lo que haces, dices o piensas no te hace feliz, probablemente estás actuando desde una versión de ti no funcional. Siempre podrás elegir no usarla más. Y si puedes dejar de usarla, entonces puedes elegir desde qué versión de ti responder.

Cuando lo haces, descubres que la felicidad es correspondiente a la calidad de tu propio ser.

Entonces… ¿qué pasaría si, en lugar de buscar la felicidad como un resultado, eligieras construir una manera de Ser que te permita responder a la vida —cualquiera sea las circunstancias en las que se presente— con serenidad?  La serenidad es la máxima expresión de la felicidad.  Un estado de paz permanente.

¡Hasta pronto!

MARTA OLGA

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